Hace 15
segundos
Que se murió
el poeta
Y hace quince
siglos
Que notamos
su ausencia
“La tonada
inasible” Silvio Rodriguez
A Leopoldo María Panero.
Leopoldo mira el mar.
La espuma rompe
contra el arrecife. El poeta, sentado en el mirador de una cafetería, debajo de
un toldo rojo deslucido por el sol, la observa mientras exhala volutas de humo.
En una mano, sobre la que reposa su cabeza, un cigarro cuya ceniza cae,
descuidada, al suelo; con la otra mano remueve un vaso helado de Coca Cola,
haciendo tintinear los cubitos contra el vidrio. El hielo se deshace allí donde
las yemas de sus dedos aprietan el vaso. Frente a él, en la mesa, el viento
pasa las hojas de un libro: “Las flores del mal” de Charles Baudelaire.
El fragor de las
olas parece ir parejo al ruido de su mente. A veces le gustaría poder parar esa
máquina de pensar que se acelera y lo lleva de su infancia a un poema, quizá
suyo, quizá ya escrito, quizá que nunca, ya, escriba: -“Belleza y fango”- escucha dentro de su cabeza -“belleza y fango, compañero, eso lo modela
todo.”- Hace rodar el vaso helado sobre su sien. La sabe una idea
peregrina, pero quizá con suficiente frío consiga helar su mente, callarla,
dilatar el tiempo, alargarlo.
Cierra los ojos
y, con la mano que sujeta el cigarro, se da un golpe en la sien, como quien
golpea algún tipo de mecanismo que falla para ver si así funciona. Al volver a
abrirlos comprueba que el cigarro se ha consumido. Desde que le comunicaron que
apenas le quedaba un mes decidió que
gastaría los días que le quedaban entre volutas de humo y tragos helados de
cafeína. Ni él mismo tiene muy claro si en un intento de acelerar el proceso o
como burla grotesca hacia su propia vida que se escabulle por momentos.
-“Maldito”- le susurra ahora su mente
mientras una gran sonrisa surca su rostro. –“Eres
un poeta maldito.”- Siempre le ha agradado ese epígrafe e incluso ha hecho
todo lo posible por alimentarlo. ¿Qué pensaría su familia, tan ilustre, tan
perfecta, si lo hubieran visto vendiendo sus libros por el paseo? Se ríe a sonoras
carcajadas pensando en ellos. Las olas, en blanco y negro, vienen y van ante
sus ojos. Blanco y negro, claro, al final todo se reduce a las tonalidades del
desencanto.(1)
1) “El
desencanto” Chavarri, Jaime. Documental sobre la familia Panero.
Coca cola fría. Quien
le hubiera dicho a él de joven, cuando los días y las noches se diluían en todo
tipo de substancias, que acabaría encontrando uno de los mayores placeres en
beber una simple coca cola, siempre en vaso helado, bien fría. Al pasar por su
garganta, el refresco enfría la sangre que le sube a la cabeza produciéndole
una fugaz migraña. Eso lo estimula, le recuerda que aún está vivo.
Suelta el vaso y
vuelve a cerrar los ojos disfrutando del viento que acaricia sus arrugas. Le da
una profunda calada al cigarrillo y golpea la mesa con un dedo haciéndola sonar
acompasadamente. Por un instante consigue centrarse y le entra el miedo. Claro
que tiene miedo, cualquier persona que sepa sus días contados lo tendría.
Se puede
observar el movimiento de su nuez de Adán mientras, con el rostro alzado hacia
el sol, traga saliva. Por un instante quiere que su cabeza vuelva a ser
ruidosa, abandonarse al estruendo de su mente para poder huir de la certeza de
la muerte. De nuevo unas palabras suyas, que sigue sin saber si ha escrito o
todavía no ha esculpido en la roca que es la hoja de papel, le atruenan en la
cabeza: -“Estoy aquí condenado a la vida
eterna, a la vejez sin llanto”- No le hace sentir especialmente bien el
hecho de pensar en esa vida más allá de la muerte; la vida de su obra cuando él
no esté. Desde luego, no le gusta la idea de tener que morir. Piensa en la
muerte, o quizá en el nacimiento, puede que todo sea un gran uno y se cierre en
círculo que lo oprime.
De nuevo su
mente pasa de una cosa a otra en apenas segundos: Qué gran suerte haber
cambiado la humedad y el frío del norte por la bondad del clima canario y de
sus gentes. Considera que fue una de las decisiones más acertadas de su vida. Parecen
lejanos y confusos sus días en Madrid y Euskadi, quien sabe, quizá no sean más
que otra de tantas manipulaciones de su cerebro y en realidad nunca haya estado
más allá de la isla. Aquella casa, su padre fascista por la gracia de dios, su
madre omnipresente y sus hermanos, tan locos o más que él mismo, su juventud en
las cárceles, el paso por diversos sanatorios. ¿Podría tratarse realmente de un
engaño de su mente?
El viento lleva
la ceniza del cigarro hasta su pecho descubierto, plagado de frondoso pelo
oscuro. Abre los ojos, se limpia la ceniza distraído y se abrocha el botón del
medio de la camisa. De vuelta a la realidad su mirada vuelve a perderse entre
las olas que se rompen en el arrecife mientras piensa una vez más, cansado, en
la perennidad de las cosas. Se siente cansado y encuentra cierto alivio en el
paisaje, observando esas olas grises que rompen contra las rocas. Leopoldo mira
el mar.
Tarragona, 9 de marzo de 2014
A Rosa Mari y a Alfonso.