2 de octubre de 2008

En peligro de extinción

El otoño ha empezado a ganar terreno. Las temperaturas ya no son tan cálidas como hace unos días y eso hace que en la calle haya tanto gente con manga larga como con manga corta.


En la plaza del mercado aún pueden verse turistas ingleses de orondas panzas y rojas pieles quemadas por el sol intentando regatear con los gitanos del mercadillo, que ya han subido el precio de sus mercancías anteriormente para seguir sacando ganancias a pesar del regateo.

Las mujeres van arriba y abajo con sus carros llenos de compras y comentan sus vidas cotidianas y también las ajenas. Sin embargo no son ni los ingleses ni estas señoras las que hoy me interesan.

El peculiar sonido de su chiflo ha hecho que me girara hacia un punto impreciso del mercado. Un lugar donde se aglutinaba un buen montón de curiosos que no me dejaban ver. De nuevo ha sonado el chiflo, seguido esta vez del grito cuyo acento me ha confirmado que son como las meigas: Gallegos y a pesar del tiempo, haberlos haylos "EL AFILADOOOOOOOOR".

La curiosidad me ha podido. Me he dirigido hacia el grupo de curiosos y me he sumado a ellos. Allí estaba el hombre, escuálido y sucio, con un mugriento delantal. Los cabellos blancos, los ojos claros y unos dientes escasos y amarillos en su boca.

Como no podía ser de otra manera, junto a él había una bicicleta de paseo tan sucia, vieja y desvencijada como él mismo. En la parte trasera, en una especie de remolque, tenía la piedra redonda que hacía girar accionando un pedal. Allí era donde él trabajaba, para deleite de todos los que allí estábamos reunidos, con un cuchillo que no sé si era suyo o de alguien que le había encargado afilarlo. Allí el hombre forjaba los músculos del cuerpo al apretar la hoja del cuchillo contra la mola. Allí el hombre parecía estar en comunión con su ancestral trabajo y olvidarse de los que lo rodeabamos.


El sonido del metal contra la piedra me produce dentera. Siempre me la ha producido, pero el hechizo del afilador ha podido más que la dentera y, porqué no decirlo, mi trabajo, que he dejado descuidado por unos instantes.

El móvil me ha sacado de mi ensimismamiento. Me estaban esperando y llegaba tarde. Lástima, he pensado, que las nuevas tecnologías puedan con las artes tan antiguas. Qué queréis que os diga, me ha gustado ver a alguien que pertenece a una especie en peligro de extinción.


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