30 de diciembre de 2008

El pequeño bastardo. Cuento de navidad.

El pequeño bastardo era un niño de lo más cabroncete que uno pudiera tirarse en cara.
No sólo no obedecía en casa, sino que disfrutaba torturando a sus hermanos pequeños, desobedeciendo a sus padres y golpeando con palos al pobre y anciano perro que era ya incapaz de plantarle cara.

Como es de suponer, el pequeño bastardo nunca apareció por el colegio, así que sus conocimientos académicos eran prácticamente nulos.
No le importó la paupérrima situación familiar cuando decidió gastarse en una taberna del camino hacia el pueblo el poco dinero que su madre, desesperada por la enfermedad de uno de sus hermanos le dio para que fuese a por algo de verdura y leche con lo que celebrar la noche buena al mercado.

Así pues, por culpa del pequeño bastardo, toda la familia tuvo que disfrutar aquella noche buena de una deliciosa sopa de piedras que les sirviese para entonar el estómago antes de acostarse sin mayor sustento que el de la tierra y el musgo.

Cuando por fin todos estaban dormidos, le pareció al pequeño bastardo oír un ruido procedente de la chimenea y fue mayúscula su sorpresa al encontrarse allí con un anciano obeso, con barba de cinco o seis días y evidentes síntomas de estar alcoholizado que se identificó como Papa Noel. Le dijo que había venido a traerle regalos a sus hermanos y el pequeño bastardo le exigió que le entregase a él también algún regalo.

Cuando el anciano le recriminó su comportamiento y le repuso que quizá si lo mejoraba al año que viene se acordase de él, el muchacho la emprendió a patadas y puñetazos con el anciano, que accedió a dejarle un saco pesado.

Una vez se marchó el anciano, el pequeño bastardo se abalanzó primero sobre los regalos de sus hermanos pero enseguida deshecho el trenecito de madera y la muñeca de trapo que había para ellos.

Así pues, enseguida acudió a ver qué contenía su saco, pero para su mala fortuna únicamente había allí piedras y trozos de carbón.

Aquella noche nevó como hacía años que no había nevado. Un golpe de viento abrió un ventanal de la casa haciéndolo añicos, con lo que pronto un aire glacial se apoderó de todo el hogar del pequeño bastardo.

Este, en venganza por el comportamiento de Papa Noel, decidió tomarse lo que entendía por justicia por su mano y después de encender un hermoso fuego en la chimenea con los trozos de carbón, la emprendió a pedradas con sus padres y sus hermanos para que no pudieran acercarse a calentarse.

Al día siguiente, con cara de gran pena y sin cesar en su llanto, el pequeño bastardo llegó al pueblo diciendo que él había sido el único superviviente de la helada en su hogar. Así fue como este pequeño cabroncete pudo heredar, aquellas Navidades, la casa y las pocas tierras de sus padres, sin tenerlas que compartir con ninguno de sus hermanos.

Pronto hubieron cientos de reallity shows que se interesaron por la historia del pobre muchacho, incrementando de este modo de forma exponencial su pequeña fortuna. Hoy en día, el pequeño bastardo se dedica a predicar la palabra del señor en una iglesia cuyos feligreses siempre están más que dispuestos a ofrecer su apoyo económico a aquel que volvió a nacer el día de Navidad. Por otra parte, la pequeña casa y las tierras de sus padres fueron sólo el inicio de su emporio inmobiliario.
Imágenes de Ricardo Pelaez

24 de diciembre de 2008

23 de diciembre de 2008

Somewhere tonight



Alguien esta noche
alguien buscando a quien lo rehuye
alguien cansado de los motivos que otra persona usa
alguien que no entiende.
Alguien esta noche
alguien que piensa en alguien a quien tuvo cerca
alguien pensando cosas que realmente están pasadas
alguien piensa que es demasiado tarde,
alguien piensa que es demasiado tarde.
Hay un viento frío soplando del norte
y los pájaros de verano se están marchando
así mismo el sol duerme incluso en el sur
y los lagos pronto estarán helados
y el hielo clamará a las vacías orillas
donde los enamorados pasean
y el cielo azul tiritará
cuando las nubes de invierno lleguen rabiosas.
Y a menos que encuentres a alguien que te abrace
a menos que alguien empiece a quererte
a menos que encuentres el calor que necesitas
a menos que alguien empiece a compartirlo todo contigo
cuando la solitaria noche de invierno venga acercandose
y el frío viento venga aullando
no sabrás si puedes superarlo
sin alguien con quien contar
alguien esta noche
alguien hace el equipaje, alguien realmente se va
Alguien no demasiado triste, solo que ha perdido la fe
alguien caminará cerrando la puerta
alguien caminará cerrando la puerta.

20 de diciembre de 2008

Es navidad en el cielo



Con tal de salirme un poco del villancico habitual, para felicitaros las fiestas, he elegido éste, originalmente visto en la película "The meaning of life" de los Monty Pyton en 1984. Aunque el final parece truncado, es original, tal cual se ve en la película. FELICES FIESTAS A TODOS.

Es Navidad en el cielo
todos los niños cantan
es navidad en el cielo
Escucha, escucha esas campanas tocando
Es navidad en el cielo
la nieve cae desde el cielo
pero es bonita y fría y todos la miran
alegres vistiendo bufandas.

Es navidad en el cielo
pondrán alguna buena peli en TV
Sonrisas y lagrimas dos veces en una hora
tiburón uno, dos y tres.

Mary y José: Hay regalos para toda la familia
Un Wc para nosotros y para el niño un tren
Los reyes magos: Vosotros os lo perdeis os traíamos un walkman sony con cascos
y lo último en videojuegos.

Todo el mundo: Es navidad en el cielo
hip hip horray
cada día
es navidad en el cielo.

Es navidad en el cielo
cada día
es navidad en el cielo.

QUE VIVAN LOS NOVIOS

Las cinco y media de la tarde. Esa era la hora en la que prácticamente todos los familiares y amigos estaban ya situados en sus respectivos lugares dentro de la iglesia.

El novio, vestido con un sobrio traje negro, chaleco nacarado, camisa amarilla, fajín Burdeos y zapatos de charol, estaba frente al altar esperando nervioso la llegada de la novia.

Tenía las manos entrelazadas en su espalda y no dejaba de lanzar miradas furtivas a uno y otro lado de la iglesia buscando algo o alguien que lo tranquilizara, pero más bien era al contrario. La madre llorando por el niño que se le iba de casa, los amigos haciéndole el gesto del ahorcado con la corbata...

Mientras tanto el sacerdote iba ultimando los últimos detalles de la ceremonia en el altar. La colocación del Cáliz con la Sangre de Cristo y el Cuerpo de Cristo, la comprobación de los libros de las lecturas, y aún tuvo tiempo de besar la estola morada ante la imagen de la Santa Patrona, que presidía el altar mayor sobre las cabezas de todos los presentes, y colocársela encima del alba.

Por fin llegó uno de los momentos álgidos de la ceremonia. En el portón de la iglesia se dibujaban dos siluetas que avanzaban con paso lento entre los bancos de la nave mayor hacia el altar. La novia vestía un discreto traje color marfil hasta los hombros que más parecía un traje largo de fiesta que uno de esos ampulosos trajes de novia que suelen ser los utilizados para este tipo de ocasiones y unos guantes largos hasta el codo a juego con el traje.
En una mano, un pequeño ramo de flores blancas. El otro brazo tomado por su padre, un hombre ligeramente más bajo que ella, aunque más recio.

Él vestía traje oscuro, pero a diferencia del novio era azul marino. Ambos avanzaban al compás de la marcha nupcial. Todos los ojos estaban clavados en ella, la expectación era máxima. Ella miraba hacia uno y otro lado y sonreía alzando, ligeramente, de vez en cuando la mano del ramo para saludar a alguien. El padre en cambio, tenía la mirada clavada en el altar, y podía verse la emoción dibujada en su rostro en forma de lágrimas que intentaba reprimir.
-FIUUUUUUUUU FIIIIIIIUUUUUUUUUUUUUUUU- Siló una figura de entre los presentes en los últimos bancos - ESTAS COMO UN QUESO!!!-
La novia se ruborizó y pensó que tendría que hablar con su futuro marido sobre sus amigos y los modos de estos. El padre sintió ganas de estamparle el puño en la cara al que osaba silbarle de aquel modo a su hija en aquellos momentos, pero se reprimió pensando en su niña y en que era el día más importante de su vida.

Al llegar al altar el novio saludó al padre, que le devolvió el saludo dándole un abrazo. Los novios se colocaron en los lugares que ya habían estipulado con el sacerdote durante los ensayos previos a la ceremonia y parecía que todo estaba a punto para que esta comenzara. Sin embargo, saliéndose del programa el sacerdote se dirigió hacia el púlpito y empezó a hablarle a los asistentes:

-Queridos hermanos en Cristo- empezó diciendo con tono solemne- y especialmente aquellos que estáis aquí y no consideréis que todos los presentes seamos hermanos en nuestra Fe- continuó empezando a dejar perplejos a todos los asistentes. –Antes de empezar la liturgia, querría decirles a estos últimos que nadie les obliga a estar aquí dentro durante la celebración religiosa. –Los novios, al llegar a este punto se giraron y miraron interrogativamente a sus padres, como preguntándoles que qué era lo que estaba diciendo ese hombre.- Aquí delante tenemos una hermosa plaza en la que pueden esperar a que salgan los novios mientras fuman un cigarro y seguro que cerca hay algún bar abierto donde también pueden hacer tiempo. Así mismo querría pedirles que desconecten los teléfonos móviles, tengan en cuenta que la liturgia es una ceremonia solemne, y por último decirles también que intenten no hacer fotos con flash dentro de la iglesia, piensen en el pobre fotógrafo que tiene que ganarse la vida haciendo su tarea y en que a ustedes tampoco les gustaría que les hicieran competencia desleal en sus trabajos. Y una vez dicho esto, vayamos a lo que verdaderamente nos ha reunido aquí esta tarde que es unir en sagrado matrimonio a Josefina y Roberto.

Ya fuese por las palabras del sacerdote, que después de haber soltado este discurso se dirigió como si no hubiese pasado nada hacia su lugar detrás del altar, ya por designio divino, la verdad es que al menos media docena de personas de las últimas filas salieron sin pensarlo a la calle.
Los acordes de un órgano dieron inicio a una misa en el transcurso de la cual los novios iban a contraer matrimonio y de la que no hubo nada de especial mención hasta el momento en que el sacerdote preguntó a los cónyuges si accedían libremente a contraer matrimonio y si daban su consentimiento para contraer matrimonio.

-Si hay alguien que tenga algo que decir, que lo diga ahora o que calle para siempre- sentenció el sacerdote en el tono sobrio de voz que había tenido durante toda la ceremonia.

YOOOOO- Bramó alguien desde el fondo de la iglesia.
Se trataba de un personaje menudo y que tenía una risa nerviosa que le producía un tic en el labio, el mismo personaje que había piropeado a la novia como un albañil cualquiera.

–Que noooo- dijo el muchacho en tono jocoso tan rápido como todas las miradas se hubieron posado sobre él –Que estaba de coña!!!- acabó diciendo con un deje mientras levantaba las palmas de las manos en señal de inocencia.

Al novio se le hizo un nudo en el estómago en las fracciones de segundo en que no supo cómo reaccionar. ¿Quién era ese individuo? Casi prefería que se tratara de un amigo de la novia que de un familiar que no conocía. Total, de las amistades en última instancia siempre te puedes desentender, sin embargo con la familia... ya se sabe que la sangre tira.

La novia, simplemente perdió el sentido. El padre de la novia no se lo pensó dos veces. Dejando a su esposa atendiendo a su hija se dirigió junto con sus dos hijos hacia el banco en el que estaba sentado el gracioso y cogiéndolo por las axilas y los pies lo sacaron a la calle de mala manera. Cuando el padre volvió al altar estaba su mujer levantándole la cabeza a la novia y haciéndole aire, y el novio agachado junto a ella, tomándole una mano que no dejaba de besar mientras la llamaba por su nombre para ver si así reaccionaba antes. El sacerdote por su parte pedía a familiares y amigos que no se acercaran y que dejasen espacio para que la muchacha tuviese más aire.

Finalmente Josefina fue despertándose y sintiéndose lo suficientemente fuerte como para levantarse. -¿Quieres que sigamos, cariño, o esperamos a que te recuperes del todo?- preguntó Roberto. –No, estoy bien, dijo ella, sigamos con esto y cuanto antes acabemos mejor.- Ante tal comentario el sacerdote lanzó a la novia una mirada fulminante, pero actuó como si nada hubiese pasado y continuó con la ceremonia donde la había dejado acabando de declarar marido y mujer a Roberto y Josefina.

-Yo que vosotros, hijos- volvió a hablar el sacerdote desde detrás del micrófono y dirigiéndose a los novios.- Elegiría mejor las amistades. Y como iba diciendo antes de que ese inepto nos interrumpiera, que lo que Dios a unido no lo separe el hombre. Aunque la verdad, tengo que deciros que por desgracia esta es la parte que menos me creo en los últimos tiempos. De hecho- Seguía el cura como reflexionando para sí mismo con la cabeza alzada y la vista fija en un punto indeterminado de la bóveda- A veces me pregunto para qué hago esto si a los dos días voy por la calle y veo a los novios recién casados cada uno por su lado. Pero dejémonos de tristezas, hermanos, os recuerdo que hoy es un día de fiesta para los aquí presentes, y os recuerdo así mismo que tenemos que pensar en los que no lo tienen tan fácil como nosotros, en aquellos que día tras día pasan hambre. Por eso mismo que hoy es un día de fiesta, es un día de celebración, pero tenéis que pensar que seguramente una vez terminada la frugal cena os encontrareis con que en el mismo lugar del banquete tenéis barra libre y podréis beber todo lo que queráis. Por eso mismo os pido una vez más que penséis en esos que no tienen lo que a vosotros os sobra, y que hoy seáis generosos en la colecta, pensando que os da igual gastarlo tomándoos una copa que hoy os saldrá gratis, o haciendo el bien que le podéis hacer a los pobres niños hambrientos del mundo.

Dicho esto, la mujer que hasta aquél momento se había encargado de tocar el órgano en momentos determinados entró en la sacristía, situada en un lateral del altar, y volvió a salir con una canastilla destinada a recoger la colecta.

El sacerdote se agachó por un momento debajo del altar. Al volver a levantarse lucía entre sus brazos una guitarra española y empezó a cantar “Alabaré, alabaré, alabaré a mi señor”. –Venga todos- Gritó el sacerdote a los presentes.-Dar las palmas y cantar conmigo, que es muy fácil- Una vez hubo acabado este himno, y mientras la anciana organista todavía pasaba la colecta pidió que todos los presentes se dieran la paz, y volviendo a coger la guitarra entonó en esta ocasión “Evenu shalom alejem” en hebreo.

El aire acondicionado, en aquella tarde de julio, brillaba por su ausencia dentro de la iglesia. Los abanicos improvisados con cartas dominicales empezaron a ser tónica general, y todos agradecieron cuando después de la comunión el padre Abraham comunicó que podían marchar en paz.

Familiares y amigos fueron los primeros, los novios y los testigos se quedaron los últimos para firmar el registro. Una vez la iglesia estuvo completamente vacía el sacerdote se dirigió a la sacristía donde una figura menuda lo estaba esperando. Le sangraba una ceja y el pómulo lo tenía morado de un golpe. Recostado sobre una mesa se encontraba, con una mano sobre el pecho y resoplando, el muchacho que había escandalizado a propios y extraños durante la ceremonia.

-Oiga padre... me parece muy bien que me permita sacarme unas pelillas animando sus bodas, ¿pero no le parece que tendríamos que buscar otra forma de hacerlas más amenas?

-Piensa hijo, piensa- Repuso el sacerdote en tono fraternal mientras le daba tres billetes de veinte euros- Hoy lo que vende es el morbo, y si para hacer que la gente mantenga la atención durante la ceremonia tenemos que darles morbo, pues creo que la iglesia tendrá que ir adaptándose a los tiempos modernos, ¿No te parece?.

18 de diciembre de 2008

Guerra declarada


Permitidme por una vez que exprese aquí mi enfado, mi cabreo, mi indignación y mi rabia respecto a un tema que está extendiendose como la pólvora a lo largo y ancho de toda la península según me he informado esta mañana y que a mí me atañe de forma especial.

La cosa va como sigue: Algún espabilado coge una tarjeta de aparcamiento para minusválidos y hace una fotocopia en color dejandola dentro de una funda de plástico. De este modo las originales y las copias únicamente se distinguen por el troquelado superior de las originales, pero al estar plastificadas no se advierte.

Ante la gran proliferación de tarjetas de aparcamiento falsas muchas ciudades, entre ellas la mía, han optado por lo siguiente: Coche que ven aparcado en zona de minusvalidos, tenga o no tarjeta original, coche que tiene una multa con el siguiente aviso adjunto: "Presentar original".

Así ha sido como en el plazo de tres semanas he acumulado ya la friolera de cuatro multas de aparcamiento por estacionar, lícitamente, en zona de minusválidos, pero la gota que colma el vaso ha llegado esta mañana cuando una compañera me ha avisado de que no sólo me estaban multando sino que encima habían avisado a la grúa que, cuando he bajado, ya estaba intentando enganchar mi vehículo. La discusión reconozco que ha sido en un tono algo más elevado de lo que tendría que haberse realizado. Reconozco también que quizá no he utilizado el lenguaje más adecuado para dirigirme a un agente de la ley (a nadie le gusta que le digan lo gilipollas que hay que ser para equivocarse como se está equivocando) así que nadie me ha librado de la multa por desacato, aunque eso sí, me he librado de la de aparcamiento.

Alguna solución habrá que encontrar. Sea como sea, es la guerra.

12 de diciembre de 2008

La ciudad que siempre quise tanto

Si en Irlanda ha habido una ciudad que ha padecido con especial fuerza el conflicto entre Católicos y Protestantes ha sido sin lugar a dudas Derry, tomada por el ejercito inglés y para menospreciar a sus habitantes rebautizada como London Derry. Allí fue donde aconteció el famoso Domingo Sangriento que tan bien supieron reflejar Bono y su gente en la canción "Sunday Bloody Sunday". Sin embargo, antes de que U2 prestara atención a esta ciudad ya había una hermosa canción que trataba, con gran delicadeza, de la situación allí. Se titula "The town I loved so well" La ciudad que siempre quise tanto. Os dejo esta delicia en version de The Dubliners




En mi memoria siempre veré
la ciudad que quise tanto.
Donde jugabamos a futbol en la escuela
junto a la tapia del gas
y reíamos a través del humo y el olor.
Bajo la lluvia, corriendo hacia arriba en Dark Lane
pasada la carcel, junto a la fuente.
Esos fueron dias felices en muchos muchos sentidos
en la ciudad que quise tanto.
En la madrugada la fabrica de camisas sonaba
llamando a las mujeres de Creegan, de Moor y de Bog
mientras los hombres en el paro jugaban a hacer de madres
arreglando a los niños y paseando a los perros.
Y cuando se sentían mal decían que tenían bastante
y veían lo que pasaba sin quejarse
aunque dentro de ellos ardiese una oracion
en la ciudad que quise tanto.
Había música allí, en el aire de Derry
como un lenguaje que todos entendíamos.
Recuerdo el día en que gané mi primera paga
tocando en una pequeña banda.
Allí pasé mi juventud y para deciros la verdad
me entristecí al tener que dejarla atrás
porque aprendí todo sobre la vida
y encontré una esposa
en la ciudad que quise tanto.
Pero cuando regresé, oh dios mis ojos me quemaban
al ver cómo una ciudad puede ser obligada a arrodillarse
por los vehículos del ejercito y el estruendo de las bombas.
Y ahora el ejercito se ha instalado en cada uno de los árboles
que recorren la tapia del gas
y el maldito alambre de espino que crece y crece.
Con sus tanques y sus pistolas, oh Dios mío qué han hecho
con la ciudad que quise tanto.
Ahora ya no hay música en el aire, aunque continúa sonando
por que nuestros espíritus fueron machacados, pero nunca se rompieron
y no olvidaremos, pero nuestros corazones están preparados
para un mañana en que llegue la paz otra vez.
Porque lo que está hecho está hecho y lo que está ganado está ganado
y lo que se perdió se perdió y se perdió para siempre.
Ahora yo solo puedo rezar por un dia esplendoroso y radiante
en la ciudad que quise tanto.

8 de diciembre de 2008

8 de diciembre

Hoy hace 28 años que la intolerancia acabó con la vida de uno de los mejores músicos del siglo XX. Aprovecho ya que puestos a recordarlo y felicitaros de paso a todos la navidad con este espléndido villancico. Y si ya nos ponemos a mirar las imágenes y reflexionamos acerca de lo que nos muestran...



6 de diciembre de 2008

Llanto por el mar




Dice Serrat que escribió esta canción unos catorce años después, aproximadamente, de escribir Mediterraneo y que lo hizo porque una de las cosas que menos se esperaba era que fueramos nosotros los que finalmente fuesemos al entierro del Mar y no viceversa, y todo gracias a la incompetencia de algunos y sobretodo a la inconsciencia.

Ya he contado la anécdota varias veces, y no está de más, creo, recordarla una vez más. La primera vez que vi a Serrat acababa de suceder la tragedia del Prestige. Lo vi en un pequeño pueblo de montaña, muy cercano al aeropuerto de Reus. A pesar de que a la semana siguiente Serrat tocaba en un teatro céntrico de Barcelona, supongo que por la proximidad con el aeropuerto, la primera fila se llenó con la plana mayor del PSOE catalán, lease Maragall y compañía y también del PSOE nacional entonces en la oposición, lease Zapatero y camaradas, pero para sorpresa de muchos también apareció la Reina Sofía y una de las princesas, no me pregunteis porque con ellas siempre me lio y no sé cual es cual. La cosa es que cuando salió Serrat al escenario tocó esta canción y lo recuerdo perfectamente sentado en su taburete, abrazando a su guitarra en posición vertical, diciendo que aquella noche allí había gente muy poderosa y preguntandoles, en la cara, qué soluciones proponían para la tragedia que vivíamos todos. El silencio, uno de esos silencios incómodos en los que nadie se atreve ni a toser, se apoderó del local. Dejó pasar unos segundos, quizá un minuto, de esta guisa y continuó el recital. No deja de ser significativo, que en los bises la última canción fuese "Pare" otra de sus grandes obras ecológicas. Anoche, paseando por las playas de Salou, viendolas llenas de porquería, me vino a la cabeza una vez más esta canción, este

LLANTO POR EL MAR

Cuna de vida caminos de sueños

fuente de culturas

ay quien lo diría, ha sido el mar

miradlo hecho una alcantarilla

miradlo ir y venir sin parar.

Parece mentira que en su vientre

se hiciese la vida

ay quien lo diría sin rubor

miradlo hecho una alcantarilla

herido de muerte.

De la manera que lo desvalijan

y lo envenenan

ay quien lo diria que nos da el pan

miradlo hecho una alcantarilla

miradlo ir y venir sin parar.

Donde están los sabios

y los poderosos que se llaman

ay quien lo diría, conservadores.

Miradlo hecho una alcantarilla

herido de muerte.

Cuanta abundancia, cuanta belleza

cuanta energía,

ay quien lo diría, desperdiciada

por ignorancia, por imprudencia,

por inconsciencia y por mala leche.

Yo que quería que me enterraran

entre la playa

ay quien lo diría y el firmamento

y seremos nosotros

ay quien lo diría,

los que te enterremos.

3 de diciembre de 2008

3 de diciembre

Cada año las instituciones se van sacando de la manga más días internacionales de cualquier cosa. Este año, he descubierto que el tres de diciembre es el día internacional del discapacitado.

Me parece muy bien que durante un día se realicen gran cantidad de actos cuya intención sea concienciar acerca de la problemática de las personas con discapacidad. Hoy mismo leía en el diario que en Tarragona ya somos más de 15000 las personas con algún tipo de discapacidad del tipo que sea, pero...

¿Realmente sirven para algo estos días internacionales? no son como las maratones televisivas que cada navidad recolectan fondos para alguna causa determinada. Simplemente hay diversas asociaciones de diferente índole que asaltan las calles mostrando sus proyectos y cada una por su lado se limita a intentar concienciar. Es como cuando en el día internacional del cancer se les permite a las abuelitas salir a la calle con esas huchas para que nos pongan una pegatina en la solapa a cambio de unas monedas. ¿Es que acaso el resto de los días no hay que seguir luchando contra esa lacra?

No por ser el día internacional del discapacitado voy a sentirme especial. Yo soy discapacitado los 365 días del año e incluso el segundo de más que esta nochevieja tendrá el 2008. Tengo que ser consciente de mis limitaciones en todo momento y por eso mismo pido que se me respete en mi condición de discapacitado todos y cada uno de los días del año, no sólo el 3 de Diciembre.

Me parece bien que se hagan estas pequeñas llamadas de atención pero, por favor, no las limitemos a un día en concreto para que al siguiente estas causas caigan en saco roto y se les haga oídos sordos.

30 de noviembre de 2008

Angelitos negros.



"La boca de metro de Valle de Hebrón es una más de las bocas de metro de los Transportes Metropolitanos de Barcelona. Sin embargo, dada su ubicación en el mismo pie de uno de los más importantes hospitales de la ciudad estoy seguro de que es una de las bocas de metro en las que mayores emociones de todo tipo se han acumulado a lo largo del tiempo.

Ayer, yo mismo era un claro ejemplo de emociones y sentimientos enfrentados mientras bajaba hacia el subsuelo de la ciudad. Por un lado estaba el sentimiento de culpa por deseos anteriores hacia una persona que estaba muriéndose, por el otro, el dolor y la rabia al pensar en todo el tiempo desaprovechado por ambas partes, y evidentemente, también el dolor que se siente ante la eminente pérdida de un ser querido enfrentándose a los sentimientos que intentan negar ese mismo amor.

Llegué al andén en el momento en que el metro hacía su entrada en la estación. Las lágrimas empezaban a negar mis ojos, y no fui capaz de alcanzar el transporte antes de que apresuradamente se volviera a perder en las oscuras entrañas de la ciudad. Así fue cómo en un momento me vi completamente solo en el andén mientras el cronómetro superior indicaba que faltaban tres minutos y algunos segundos para la llegada del próximo metro. Me senté en uno de los bancos de granito, me quité las gafas que empezaban a estar llenas de lágrimas y me enturbiaban ya la vista y apoyando mis manos sobre mis ojos me puse a llorar desconsolada e incontroladamente.

Al retirar mis manos de los ojos la vi. Una muchacha negra, menuda y delgada, que me miraba con unos ojos menudos, como toda la figura. Unos ojos con una mirada profunda, que atraían poderosamente la atención de quien los observara debido a su inusual brillo. Nuestras miradas se cruzaron furtivamente, apenas unas centésimas de segundo, fui yo el primero en desviar la trayectoria de mis ojos, no estaba acostumbrado a una mirada tan sincera y contundente como aquella.

En el momento en que el metro llegó al andén nos subimos los dos a la vez al convoy y acabamos sentados el uno frente al otro. Si bien en un primer momento le había calculado veintipocos años a la muchacha, observándola más de cerca se podían ver diversas canas esparcidas por su negrísima melena ondulada como sólo he visto en las mujeres de color. Sus facciones eran delicadas, finísimas cejas oscuras sobre esos ojos azabache, unos labios sumamente delgados... parece mentira lo que puede dar de si una mirada de apenas unos segundos. Eché la cabeza hacia atrás en mi asiento mientras las lágrimas seguían nublándome la vista. Tuve que quitarme de nuevo las gafas para limpiarlas, sin saber muy bien con qué, y entonces sucedió. La muchacha, que seguía atravesándome con aquella mirada, adelantó su cuerpo hacia mí con un pañuelo de papel en la mano y con una preciosa sonrisa me dijo:

-Toma, una cara como la tuya no tiene que echarse a perder llorando.

Instantáneamente se me paró el llanto como por arte de magia. Situaciones como esa le devuelven a uno la poca fe que pueda tener hoy en día en el género humano. Llegué a mi estación y dejé a la extraña que me siguió con su mirada hasta que me perdí entre el gentío del andén.

Las llamadas de madrugada nunca presagian nada bueno, y menos si uno está esperando que de un momento a otro le lleguen malas noticias. Es curioso, cuando uno piensa en la muerte, siempre piensa en el manto de dolor que esta deja a su alrededor. Sin embargo, anoche, al recibir la noticia simplemente me quedé helado. Durante unos momentos no sentí nada. dejé caer el móvil sobre la mesa y me quedé rígido contemplando el planisferio que tengo situado frente a mi en el despacho.

La noche transcurrió entre tazones de té y la absurda idea de ponerme a limpiar y catalogar algunos libros que todavía tenía en una caja. Sobre las seis o así me senté en el sofá con un libro sobre el camino de Santiago y ha sido entonces, cuando los primeros rayos del sol despuntaban entre las moreras del parque de enfrente, que el sueño y el agotamiento me han alcanzado.

De pronto he vuelto a encontrarme de nuevo en el metro. De nuevo estaba yo sentado frente a aquella muchacha negra de mirada radiante, y de nuevo se ha inclinado hacia mí con un pañuelo de papel. Sin embargo, en esta ocasión ella ha variado su discurso:

-No llores, todo ha ido bien. No ha sufrido, le sucedió mientras dormía.- A pesar de lo extraño de sus palabras, no me lo parecieron en absoluto y dejé que continuara hablando. -¿Es que acaso te sorprendes?-Dijo inclinando ligeramente su cabeza y mostrando sus blancos dientes de marfil. -No... no lo creo... me conoces perfectamente, y sabes que volveremos a encontrarnos, que tarde o temprano también tú me seguirás como anoche me siguió él...

En ese momento la delicada figura de la muchacha empezó a desvanecerse sutilmente en un brillo blanco para acabar desapareciendo.

Me he removido en el sofá para cambiar de postura, y a pesar del extraño sueño, o quizá por él he sentido que una gran tranquilidad me invadía. Sí... la conocía... verdaderamente sabía quien era... Si Machín estuviera vivo se hubiera alegrado de saber que sí que existen los Angelitos Negros."

A mi padre. Tarragona, 1 de diciembre 2006.

29 de noviembre de 2008

Tres trozos de historia

Este Post fue publicado allá por el mes de mayo en un blog que tengo bastante abandonado. Dada la importancia que tuvo para mí la experiencia que aquí narro y que es en este blog donde doy rienda suelta a mi creatividad en formato autoconcluyente he querido recuperarlo.



"A estas alturas creo que por todos será sabida mi pasión por la historia, especialmente por la del siglo XX. Lo que no es tan sabido es que trabajo para uno de los grandes sindicatos de España, en la sede de mi ciudad.


Cuando volvía esta mañana del almuerzo me he encontrado con tres parejas de turistas (supongo que matrimonios) muy muy viejos, dos de los hombres ya caminaban con bastón y a pesar del tiempo llevaban la indumentaria que los delataba: bermudas y camisa clara con gorro estrafalario y enormes cámaras colgando a la altura del pecho. Lo primero que he pensado es que se habían equivocado, de hecho ni es un edificio histórico ni nada, es casi como si fuese un portal normal el sitio donde trabajo. Sin embargo, al salir del ascensor en la primera planta, he visto como dos de los señores estaban intentando quitar con las uñas uno de los carteles de la manifestación del uno de mayo. Extrañado, y como tenían toda la pinta de ser británicos, les he preguntado en inglés que si podía ayudarles. Aún más extrañado me he quedado cuando me han dicho que lo que querían era que si les podíamos enseñar el sindicato y darles algun cartel o algún pin o algo de recordatorio.


La secretaria ha ido a explicarle al secretario general y mientras tanto esos señores (las mujeres en todo momento han quedado en segundo plano) me han explicado que venían de Irlanda. Cuando ha venido el Secretario les hemos preguntado amablemente, mientras les enseñabamos el sindicato, cual era su interés por nuestra organización. Ha sido en uno de los despachos. Uno de los hombres ha contestado con su hilo de voz. Después de su respuesta les calculo unos noventa años a cada uno de ellos.



Hace más de setenta años fueron brigadistas internacionales, pertenecieron a la columna Connolly y les hacía ilusión volver a cantar por última vez "viva la quinta brigada, no pasaran" rodeados por sus "camarades" españoles, así que han alzado el puño y con sus voces, ya más susurros que otra cosa, se han puesto a cantar. Diría que hoy he vivido uno de los momentos más emocionantes de mi vida. La emoción se palpaba en el ambiente. Por un lado los españoles que contemplabamos entre sorprendidos, enternecidos y emocionados, por otro, los irlandeses que daban por la causa las pocas fuerzas que les quedaban. Ni en sueños hubiese podido imaginar ver a un grupo de brigadistas, sobre los que tanto he estudiado, y mucho menos cantando la mítica "viva la quinta brigada".

Han dejado en el sindicato una bandera conmemorativa de las brigadas internacionales y abundante información de un sindicato irlandes. Ellos se han llevado unas camisetas, una bandera y abundante información del nuestro, pero esto es lo de menos."

Solo los irlandeses pueden ser así. De todos es sabida su naturaleza pendenciera y las disputas entre católicos y protestantes. Uno de los países que respondió a la llamada de ayuda de Franco, fue Irlanda, cuya facción católica participó activamente en el frente. Para no quedarse atrás, los protestantes organizaron la columna Connolly, integrada dentro del pelotón internacional Lincoln teniendo como una de sus prioridades el luchar contra aquellos compatriotas suyos que apoyaban al fascismo.

Han pasado más de seis meses desde aquel día pero todavía muchas veces pienso en aquellos tres hombres, y en la mala suerte de no haber pensado en darles mi mail para que me mandaran las fotos, pero sobretodo pienso en el nivel de compromiso adquirido por una causa, que hace que tantisimos años después todavía se sientan identificada con ella.

27 de noviembre de 2008

GENTE DE DESPACHOS

El almuerzo ha sido abundante y pesado. Una fabada cocida en olla de barro y servida en cuencos de loza marrón, que ha llegado todavía humeante a la mesa. De segundo algo más ligerito: una codorniz con pétalos de rosa. Postres, café, puro y copa. La verdad es que ha sido una comida de negocios bastante provechosa. Hemos conseguido avanzar más en las negociaciones con los representantes sindicales en dos horas que en todos los meses anteriores. Sinceramente creo que puedo sentirme orgulloso. Quien me iba a decir a mí que iba a acabar así, con despacho propio en una multinacional. ¡Jefe de personal nada menos! En los tiempos que corren esto es casi tanto como ser dios. El futuro de las personas está en tus manos. Tú eres quien decide en todo momento quien y porqué se va encontrar al día siguiente en la cola del paro buscando una nueva oportunidad.

Parece que la fabada me ha caído algo pesada al estómago. Por un par de veces he tenido que dejar momentáneamente los papeles a causa de pequeñas molestias, pero no puedo permitirme el lujo de perder un momento ni siquiera para ir al lavabo en una tarde como esta en que estoy tan inspirado.

Son las cinco, son las seis, son las siete. Las luces de las oficinas se apagan, el vulgo va recogiendo sus chaquetas y salen ordenadamente hacia sus hogares. A Martínez tendré que vigilarlo más detenidamente, ha salido justo a la hora, eso significa que había apagado su computadora antes de tiempo. También yo querría irme a casa con la familia, pero hoy me toca quedarme revisando estos expedientes. Voy a tomarme un café. A ver si así consigo despejar la mente.

Joder... no puedo más. Ha sido levantarme y las molestias del estómago me han vuelto de forma exagerada. Creo que ha llegado el momento de ir a evacuar. Bufffff con las prisas por llegar hasta el lavabo ni siquiera me he tomado la molestia de encender la luz, me sé el camino de memoria. Me he desabrochado el cinturón y el pantalón con premura, me he bajado los pantalones y los calzoncillos a toda prisa y me he sentado sobre el retrete dispuesto a... ¿Qué es eso que estoy oyendo? ¿Quién está aquí a estas horas?

Doña Paca empezaba cada tarde su jornada laboral a las siete y media de la tarde, cuando el personal de oficinas terminaba su jornada laboral. Ella era de las que pensaban que igual no era especialmente letrada, y que no sabría mucho de ordenadores, pero que sin las mujeres de la limpieza todos esos chupatintas tendrían que revolverse en la mierda. Además le gustaba eso de trabajar cuando ya no quedaba nadie en la empresa. De este modo podían hacer pequeñas cuadrillas y trabajar cuchicheando o haciendo groseros comentarios sobre los maridos y los novios de las demás compañeras.

Aquella tarde, cuando se disponía a hacer la limpieza del lavabo de hombres de la tercera planta le pareció oír algo.

-¿Hay alguien ahí?- Gritó sin acabar de entrar del todo. Nadie contestó, así que finalmente pensó que se lo había imaginado. Entró y con paso decidido se dirigió al retrete. Fue a abrir la puerta pero para su sorpresa esta estaba cerrada por dentro. –!No me venga con hostias y dígame quien está ahí que a mí no me conocen a malas ¿eh?!- dijo airada.

Joder, qué mal rollo. Justo ahora tiene que llegar la mujer de la limpieza. ¿Cómo voy evacuar con esta mujer a menos de un metro de distancia? Tendré que intentar aguantar hasta que se vaya, aunque no sé si podré. Hace un instante que he empezado a sudar copiosamente y el dolor estomacal se me hace insoportable por momentos. Tendré que contestarle, a ver si así se da por satisfecha y sale.

-Soy yo, doña Paca, el señor Jiménez- a ver si así me deja en paz.

-Hombre don Jiménez, hacía meses que no coincidíamos, y ya tenía yo ganas de hablar con usted. Verá, es que tengo una sobrina que está buscando trabajo, y había pensado yo que quizá usted me la pudiera colocar aquí ¿sabe usted? Acaba de terminar la ESO esa, y le ha dicho a la madre que ya no quiere estudiar más. Mi hermana está desesperada, ¿sabe usted? Así que ya le he dicho que yo pensé que quizá usted... pero claro, como nunca coincidíamos...

Joder, no solo no se va, sino que encima no se calla, y si miro por debajo de la puerta puedo verle los pies. ¿Qué es ese ruido? No me fastidies... se ha puesto a pasarle el estropajo a la puerta del retrete por fuera estando yo dentro.

-Doña Paca haré lo que pueda pero créame, no es este el mejor momento, ni el mejor lugar para hablar de estas cosas. Pase mañana por mi despacho en horario de oficinas y veremos qué podemos hacer.

Dios y encima no puedo despedirla por que con los años que lleva en la empresa nos resultaría una ruina. Además, ¿Qué excusa pondría? Creo que si no se va pronto voy a explotar y entonces sí que tendrá que hacer una limpieza a fondo. Me siento cohibido, avergonzado de mis propias reacciones fisiológicas, pero es que no me gustaría que luego fuera la comidilla de la empresa por tirarme un pedo más subido de tono de lo normal, o por unos aromas más desagradables de la cuenta.

-Pero es que con lo que me pagan aquí en la empresa tengo que tirarme al pluriempleo ¿Sabe usted? en casas particulares. y teniendo varias casas además de la mía y estos despachos por la noche, pasar en horario de oficinas puede resultar muy difícil, ¿Sabe usted?.

-Bueno, pues entonces quedamos la semana que viene una tarde y ya me quedo yo después del trabajo para hablar tranquilamente. ¿Le parece?-Las piernas me están empezando a temblar a causa de la fuerza que estoy haciendo para no hacer de vientre, si tengo que estar mucho tiempo así voy a acabar con calambres en los muslos.

-Pues me parece, sí, además también podríamos hablar de lo de las vacaciones, que este año mi Miguel quiere llevarme a Benidorm ¿Sabe usted? y entonces tendríamos que coincidir los dos. Pero claro, todo dependerá de los hijos también, ¿Sabe usted? Porque si los hijos no tienen donde dejar a los nietos ya se sabe donde acaban, que últimamente es una pena como está la cosa ¿Sabe usted?-

No puedo más, ya no es solo la necesidad de hacer de vientre, sino también la mala leche que me está cogiendo. ¿Porqué tengo que aguantar yo todas las historias familiares de esta señora? ¿Pero quien se cree que es? Me he apretado los brazos sobre el estómago y en un último esfuerzo para no irme por las patas abajo se lo dejaré bien claro. ¿Será posible que una simple señora de la limpieza me haya puesto en jaque de tan tonta?

-Mire doña Paca. La verdad es que estaba yo aquí intentando cagar tranquilamente hasta que ha venido usted, y la verdad es que habiendo alguien que me está hablando me resulta bastante difícil hacerlo- A ver si con estas groserías y con este tono de voz consigo que me deje en paz de una vez.-
Bueno, hombre, tampoco se ponga así, yo solo lo hacía por seguir adelantando trabajo. Ya me voy a hacer el pasillo y luego vuelvo. Pero hágame un último favor.

-Dígame, doña Paca, dígame. Haré lo que quiera pero salga de aquí. Contrataré a su sobrina si así consigo que se marche... – digo levantando cada vez más la voz.

-No, si ya no se trata de eso- me interrumpe doña Paca simplemente es que cuando salga intente pisarme lo menos posible, que acabo de fregar y no quisiera que mañana me llamaran la atención por encontrar unas huellas.

Finalmente doña Paca sale del lavabo de hombres empujando parsimoniosamente su carro de la limpieza y con el plumero debajo de la axila. Al llegar al pasillo, se encuentra con Charito, la que ha ido a hacer el lavabo de mujeres, que hace ya rato que la espera.

-Paca, parece que estabas muy ocupada. A saber qué habrás encontrado tú ahí dentro, si hasta me ha parecido que hablabas con alguien!-

-Ná, hija- Contesta Paca haciendo un gesto con la mano para quitarle hierro al asunto- estos de los despachos, que son de un delicado que ni te lo imaginas.

24 de noviembre de 2008

Silencios

La teva mirada,
avans de marxar
em diu que l'amor
s'ens ha rovellat.
(Pep Sala)

Tu mirada,
antes de irte
me dice que el amor
se nos ha oxidado
(Pep Sala)

Llego a casa como cada tarde desde el trabajo. Dejo las llaves encima de la mesita del recibidor. Me quito la chaqueta y la cuelgo en el perchero que hay detrás de la puerta. El sonido de la televisión me hace notar que ya estás aquí. Hoy has llegado temprano.

Voy hacia el comedor con cierta congoja y me siento aliviado cuando veo que no estás en esa sala en la que la penumbra sólo se quiebra por el destello de la pantalla del televisor. Sé que está mal que lo diga, pero es así.

Te encuentro en la cocina, cortando metódicamente la cebolla para la cena. Murmuro algo parecido a un hola y ni tan sólo te giras a mirarme. Me contestas con un hola igual de mecánico y frío que el mío mientras sigues con la cabeza agachada cortando la cebolla. Por un momento me parece escuchar un leve sollozo, pero me dices que no es nada, que la cebolla ya se sabe, tiene esas cosas. Por un instante dudo, pero finalmente no me atrevo a tocarte.

Cojo una cerveza del frigorífico y me voy al comedor, donde la televisión sigue encendida sin nadie que la mire. Me tumbo en el sofá de cualquier manera y pongo el resumen de un partido de fútbol del día anterior. ¿Qué es lo que nos ha pasado? Cuando uno se casa piensa que es para siempre, el amor se supone que tiene que ser algo eterno. Las películas y los libros no explican lo que pasa después del "y fueron felices y comieron perdices". Estos últimos días he empezado a preguntarme cada vez con más frecuencia cuanto les duró esa felicidad.

Por fin entras desde la cocina con dos platos aún humeantes. Me levanto y voy a por el pan y los cubiertos, pero de forma brusca me los arrancas de las manos –Deja, Ya lo hago yo- desvío la mirada cobarde hacia la ventana, desde la cual veo los setos en la oscuridad de una fría tarde de noviembre. No digo nada, tampoco intento coger el agua ni los vasos, no quiero discutir.

La cena transcurre con la misma frialdad que el resto de la tarde. Cada uno sentado en un extremo de la mesa. Pruebo hablándote de cómo ha ido el día, pero no me contestas y desisto del intento. Dejamos que el silencio se imponga de nuevo entre nosotros, como ayer, quizá como mañana. El nudo que se me hace en el estómago me impide seguir digiriendo la comida. ¿Dónde se han quedado aquellos días felices en que no teníamos secretos el uno para el otro y el más ínfimo de los detalles nos parecía una auténtica maravilla? Remuevo el estofado de pollo con el tenedor pero no vuelvo a comer de él. Me levanto de la mesa con el plato, quizá más tarde tenga hambre. Noto cómo me sigues con la mirada. Una mirada que percibo cargada de rencor, aunque no acabo de entender el motivo.

Hice todo lo que pude para hacerte feliz. Te acompañé al ballet aún cuando sabías que no me gusta nada, fui a exposiciones de arte abstracto que me parecían auténticas chorradas, probé la comida tailandesa a sabiendas de que me sentaría mal, y aún así parece que no se han cumplido tus expectativas.

No soy ningún santo, no tengo vocación de ello. También es cierto que más de un viernes has tenido que aguantar que llegara a casa a deshoras y algo más achispado de lo habitual. Quizá aquí fue donde tendría que haberme dado cuenta de los primeros silencios, cuando intentaba disculparme y me decías que no, que ya estaba bien, te girabas en la cama y dándonos la espalda el uno al otro hacíamos como que estábamos dormidos.

Somos jóvenes y tenemos la suerte de no tener hijos. Estos días estoy empezando a plantearme la posibilidad de que quizá debiéramos separarnos por un tiempo, de forma indefinida. Estos silencios nos arrastran a un pozo del que cada vez creo que tenemos menos posibilidades de salir.

Vuelvo al salón y topo contigo, que vas de camino a la cocina con tu plato tan lleno como el mío. Ninguno de los dos dice nada. Nos apartamos el uno del otro bruscamente, como dos polos positivos que se repelen entre sí. Los abrazos y los besos han perdido su magia.

Ya no seré para ti el Peter Pan que te lleve a Nunca Jamás para que no corra el tiempo en nuestra contra, Campanilla ha perdido el halo luminoso que antaño dejaba tras de sí y Wendy hace tiempo que ha dejado de creer en los sueños. También yo me siento cansado de luchar por una relación que hace aguas por todos lados. Lo que no acabo de entender es porqué ninguno de los dos nos decidimos a dar el paso definitivo. Creo que buscas nuevos horizontes para explorar y me siento como la maroma que amarra el barco al puerto.

Te escucho moverte por la habitación. Si las paredes hablaran... esa habitación podría contar las historias más tiernas y las más tórridas acerca de nosotros. También podría contar cómo el calor del cielo se fue transformando en el frío del averno e incluso quizá podría darnos la clave de porqué ésto ha sido así. Quien sabe...

Atraviesas el salón y te veo dirigirte al perchero. Vas a coger tu chaqueta y por un momento, con ella en la mano, te paras mirando la mía, como evocando vete a saber qué. Entras de nuevo al salón y noto otra vez tu mirada clavada en mí. Tus ojos me atraviesan. Hago un incómodo gesto para mirarte, girando la cabeza hacia atrás desde el sofá en que estoy tumbado de cualquier manera y por un segundo nos miramos el uno al otro. Tus ojos están a punto de llorar, tus labios tiemblan, pero no dices nada. No me das tiempo a que yo lo haga. Sigues mirándome y con paso determinado abres la puerta.

Sales en silencio, sin apenas hacer ruido. El nudo en el estómago se ha deshecho dando paso a un alivio intenso. Sé que después de esta noche ya no vas a volver pero lo peor de todo es que no sé si tengo ganas de que lo hagas.

17 de noviembre de 2008

Se llamaba Matilde. El cabello gris ceniciento lo llevaba siempre recogido en un gran moño sujeto con agujas metálicas negras. En su ancho rostro, de carnosas mejillas caídas por la edad y marcadas por las viruelas dibujaba siempre algo parecido a una media sonrisa. Sus amplios labios rosados se mostraban resecos y cortados por el paso del tiempo.

Se llamaba Matilde y por todo juguete siempre tuvo aquella muñeca de trapo con ojos de botones y cabeza rellena de serrín, con dos coletas de lana a los lados. Si quería saltar a la comba lo hacía en el patio interior, debajo de los tendederos, con una cuerda prestada, y para dibujar una pídola y jugar tampoco es que se necesitara demasiado.

Se llamaba Matilde y se sintió engañada. Aquel primer beso con aliento a vino que intentó colarse en su boca buscando su lengua y provocándole arcadas, la rudeza de su marido buscando sus senos, la aspereza de la paja en el carro y aquel hedor de después de una dura jornada de trabajo en el campo, nada tenían que ver con la concepción que ella se había hecho de lo que sería el amor de su vida.

Se llamaba Matilde y perdió su juventud encerrada en casa entre cacerolas, escobas y pañales. Pocas eran las ocasiones en que podía permitirse el capricho de tener un rato para ella misma, aunque siempre tenía que velar por su aspecto para estar apetecible de cara a su marido. Por eso quizá los únicos lujos que se permitió aquellos años fueron el de ir a la peluquería y el de hacerse las piernas con cera.

Se llamaba Matilde y para ir por casa vestía un chal azul de lana gruesa que se había tejido ella misma. Era una gran amante de tejer con las agujas. Otrora también le gustaba el ganchillo, pero en los últimos tiempos, con la artritis de las manos le resultaba francamente difícil coger aquellas agujas tan pequeñas. Además estaba el tema de la vista. Aquellos ojos acuosos, escondidos tras unas enormes gafas de lente gruesa y montura de pasta, diríase que sujetos por las arrugas que salían de ellos hacia las sienes, ya no mostraban la fuerza de antaño, aunque aún podía vislumbrarse en ellos el afán de una mujer luchadora que siempre supo cómo esquilmar de aquí y de allá para llegar a fin de mes con el menor apuro posible incluso en los peores momentos. Callando siempre cuando tenía que dejar de ir a la peluquería, o cuando tenía que llevar las medias con carreras, callando también cuando tenía que reciclar la cera después de haberse hecho las piernas para ahorrar, pero vigilando de que a su marido nunca le faltaran los céntimos para que pudiera ir a echar su chato diario con los amigos.

Se llamaba Matilde y debajo del chal acostumbraba a llevar una chaqueta de punto negro y un jersey de punto oscuro. El delantal blanco, la falda negra y las medias color carne completaban su atuendo, coronado por aquellas zapatillas de ir por casa. Se movía con pasos cortos y silenciosos por el hogar vacío, como le había enseñado a hacer su amantísimo esposo durante aquellos cuarenta años de matrimonio para que no le perturbara el sueño cuando ella se levantaba de madrugada a preparar el desayuno de todos, o al medio día mientras él dormía la siesta. En parte era por costumbre, y en parte también, por que a su edad empezaba a ser lo más normal caminar con pasos cortos y silenciosos.

Se llamaba Matilde y por la noche, una vez se había despojado cuidadosamente de su ropa se quedaba en un pudoroso camisón azul oscuro afelpado. Con cuidado abría la cama y se escurría bajo aquellas sábanas de algodón que cuando se deshilaran de puro viejas reutilizaría como trapos para limpiar cristales.

Se llamaba Matilde y por las mañanas, mientras hacía las tareas del hogar, en su vieja gramola sonaban discos de José Sepúlveda o Antonio Machín y por las tardes, mientras mojaba dos bizcochos de soletilla en su vaso de café con leche escuchaba a Encarna Sánchez en el transistor. Siempre había habido una radio en casa y ese era el único medio de comunicación que ella concebía. En un cajoncito del costurero tenía siempre pilas de repuesto. El mismo costurero donde además del hilo, los botones y las agujas tenía también aquel viejo huevo de madera que servía para zurcir calcetines.

Se llamaba Matilde y vivía sola. No tenía ningún gato que la hiciera compañía, ni una amiga con la que compartir las frías tardes de invierno. La última amiga que tuvo ya hacía tiempo que había perdido la poca cabeza que le quedaba, y los hijos la habían internado en un centro al que ella no iba porque la deprimía. Sólo tenía unos cuantos cactus colocados en unas macetas situadas en su patio interior. Casi nunca se acordaba de regarlos.

Se llamaba Matilde y sus manos olían a la naftalina de la ropa que cada día movía y removía obsesivamente en el armario, olían al pescado o a la carne de la comida, pero sobretodo, y por mucho que se las lavara con jabón lagarto, sus manos olían a anciano. Ese olor que desprenden los ancianos cuando tienen que empezar a pensar en que quizá vaya siendo hora de encargar una misa de difuntos.

Se llamaba Matilde y era mujer de rosario entre semana y misa de doce todos los domingos acompañada por el marido. Al salir volvía apresurada a casa para que la paella estuviese lista al regresar su hombre de tomar el vermouth con los amigos.

Se llamaba Matilde y apenas lloró cuando murió su esposo. No sabía explicar porqué, pero a pesar de su dolor también sintió un gran alivio que le recomía por dentro. Se limitó a fruncir el ceño, apretar un pañuelo con uno de sus puños hasta casi atravesarlo con las uñas, recibir todas las visitas de rigor y no decir palabra durante semanas. -Ha dejado de sufrir- se decía a sí misma para autoconsolarse, pero en el fondo sabía que no se trataba de eso.

Se llamaba Matilde y los domingos los hijos y los nietos iban a comer a casa. Entonces entraba una brizna de aire fresco en el hogar. Siempre recibía a los niños con una caja metálica de galletas, y con un billete de mil pesetas, mientras que su nuera le decía que no los malcriara, que tenían que aprender a ganarse el dinero, y que no les diera de comer antes de la comida que después no querrían nada.

Eran visitas cortas, y tampoco se hablaba demasiado. –Mamá, ya estás muy mayor para vivir sola, tendrías que pensar en venir con nosotros, tenemos una habitación vacía- le decían los hijos, a lo que ella contestaba con un gesto mohín, poniendo sus manos de gruesos dedos sobre la de sus hijos, sentados uno a cada lado, y diciéndoles que ella ya estaba bien allí, en su casa de toda la vida, que no quería ser una molestia. Cuando el mayor quería replicarle, era la nuera quien tomaba la palabra y entonces salía a colación el tema de la residencia. -Mira Ricardo, yo estoy de acuerdo en que tu madre quizá ya no esté para vivir sola, pero también pienso que posiblemente estaría mejor en un centro donde pudiera estar en contacto con otras personas de su misma edad y que se encuentren en su misma situación o parecida.

Se llamaba Matilde y en esos momentos se le pasaba de golpe el apetito. Miraba fijamente a la foto de su difunto y con delicado gesto se limpiaba los labios con una de las servilletas de lino bordadas que antes utilizaban para las grandes ocasiones. Pocas grandes ocasiones le podían quedar, o eso pensaba ella, y por eso decidió sistemáticamente sacarlas cada vez que los hijos fueran a comer a casa. Retiraba con un gesto apenas visible su plato hacia delante y decía que ya no tenía más hambre. Se levantaba de la silla y recogiendo los platos se dirigía a la cocina para volver con los postres.

Se llamaba Matilde y en las pocas ocasiones que salía a la calle, para ir a la compra, al médico, o a la iglesia, le gustaba vestir un abrigo negro imitación de visón, tan desgastado por el tiempo como ella misma. En aquellas ocasiones, y con los ajes típicos de la edad se cambiaba dificultosamente sus zapatillas de ir por casa por unas botas con cordón que le sujetaban más el pie que los zapatos haciéndola sentir más segura.

Se llamaba Matilde, y toda la vida tuvo que hacer lo que le dijeron. Primero sus padres, después su esposo y finalmente los hijos, que optaron por llevarla seis meses a casa de cada uno contra su voluntad.

Se llamaba Matilde y aquella tarde que el mayor de sus hijos la fue a buscar para llevarla a su hogar encontró la maleta de cartón ya preparada en el descansillo. Su madre estaba sentada en la mesa camilla con tapete de ganchillo que ella había tejido. Los brazos los tenía sobre el tapete, y encima de los brazos la cabeza, de espaldas a la puerta. Delante de ella el vaso de café con leche de media tarde y sus dos bizcochos de soletilla.

Se llamaba Matilde y cuando su hijo se acercó a ella descubrió conmovido que los ojos sin vida de su madre contemplarían ya para siempre aquel atardecer sobre los tejados que se dibujaba a través de la ventana. .

12 de noviembre de 2008

-Perdone, señorita, ¿Nos conocemos?
-Claro papá, soy tu hija.- La mujer sujetaba la mano del anciano y lo miraba con gran ternura desde su posición, agachada ante el sillón en que estaba sentado el hombre.
-Mi hija -Pareció meditar para sí mismo el anciano con la vista perdida en la pared que había frente a él. –Tengo una hija...- Clavó todavía más sus brazos sobre el sillón orejero y preguntó -¿Está segura de eso, señorita? Quiero decir ¿Seguro que soy su padre? Mire que aquí hay muchas personas mayores.
-Sí papá, estoy segura de ello- Le dijo ella acariciándole la cara al anciano. Este la miraba con aire escrutador, intentando recordar en su fuero interno algo que le hablase de aquella muchacha que estaba ante él. –Usted me perdonará, señorita, pero no sé qué me pasa que últimamente me falla cada vez más la cabeza, ¿Sabe? Hay días en que apenas recuerdo ni donde estoy.
-Ya lo sé papá, por eso vengo a verte cada tarde, para que no te olvides de mí. Mira, te he traído una foto de tus nietos -Le contestó la mujer rebuscando en el bolso.
-Nietos... -continuó el hombre de nuevo para sí mismo- Soy abuelo...-
-Sí, papá, mira. Tres nietas como tres soles y ahora tienes ya de camino la primera de tus bisnietas. Pronto te traeré una foto con toda la familia aumentada.- La mujer le alcanzó al anciano la foto de familia en la que aparecían ella misma con su marido y tres muchachas cuyas edades podían estar perfectamente comprendidas entre los 25 y los 30 años.

El anciano miró la foto sin reconocer a nadie. De pronto irrumpió en un llanto quedo, silencioso. Un llanto de rabia que se delataba por los puños cerrados con fuerza, el ceño fruncido y el morderse los labios, aparte de las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos sin acabar de conseguirlo.

–Lo siento señorita -dijo tendiéndole la foto a la mujer, que la tomó y volvió a guardarla en el bolso- pero de veras que no consigo recordar nada de lo que usted me dice ni conozco a ninguna de las personas que hay en esta foto.

La mujer desvió la vista hacia una mesa donde dos ancianos, sentados en sendas sillas de ruedas, jugaban al parchís. Al igual que su padre, se mordía el labio inferior y al igual que su padre, las primeras lágrimas empezaban a cristalizar sus ojos. Se levantó, se recogió su largo pelo en una cola y se situó tras el anciano, tendiéndole sus brazos sobre los hombros.

El hombre miraba al suelo y sonreía con la mirada perdida, como si un instante antes no hubiesen mantenido conversación alguna. Ella respiró profundamente. No le gustaba ese olor tan especial que tenía aquella sala. No hubiese sabido definirlo, solo sabía que la ponía nerviosa y le desagradaba sobremanera.

-Vamos papá- dijo tomando del brazo al anciano para ayudarlo a levantarse- Te llevaré a dar un paseo. Te sentará bien caminar un poco.

Avanzaban por el pasillo al paso del anciano, lento y mal acompasado. La mujer lo sujetaba del brazo mirando el suelo, vigilando de que el hombre no tropezara. Tuvieron que parar un par de ocasiones porque al viejo se le salieron las zapatillas haciendo que trastabillara.

-Si tengo una hija, eso significa que también tengo una mujer, ¿verdad? ¿Dónde está tu madre? -preguntó el anciano mirando a su hija con creciente interés.

-Papá -respondió ella sin saber muy bien cómo continuar– Mamá murió hace dos años, de un infarto. La enterramos en el pueblo, en el nicho familiar.

El anciano detuvo en seco su paso y con gesto de triste sorpresa observó por un instante a su hija. Seguidamente reinició el paso y pidió –Hija, ¿podrías hablarme de tu madre?

-Sí papá- accedió ella- Mamá era una mujer encantadora. Siempre tenía una sonrisa para ofrecer a los demás. También era una mujer muy bella...

-Eso- Interrumpió el anciano a la mujer- no hace falta que me lo digas, sólo hay que verte a ti. Tu madre tuvo que ser muy bella para tener una hija tan guapa como tú.

La mujer le ofreció al anciano una sonrisa melancólica mientras evocaba tiempos pasados. Apretó con fuerza el brazo del padre y siguieron su paseo. –Mañana mismo, sin falta, te traeré una foto del día de vuestra boda.

-¿En serio? Me harías tan feliz si pudiera llegar a recordarla...
–Sí papá, en serio, mañana mismo te la traigo.

Se cruzaron por el camino con una enfermera que les indicó que se aproximaba la hora de la cena. Mientras desandaban el camino hacia la habitación del anciano, la mujer siguió hablándole de su madre, de su trabajo conjunto en los ultramarinos de un barrio del extrarradio, de las excursiones dominicales.

-Paula... -musitó el anciano cuando la mujer ya lo había dejado sentado en la mesa.
–Si papá! Ese era el nombre de mamá, Paula.-Sin poder contener la emoción, la mujer se despidió del anciano besándolo en la frente. Se puso el bolso bajo el brazo después de haber sacado un pañuelo de papel con el que se limpiaba las lágrimas. En más de un año desde que su padre había empezado con el alzheimer nunca había recordado nada.

Al día siguiente, a la misma hora, la mujer volvió a entrar en la sala del geriátrico donde su padre estaba sentado en un cómodo sillón orejero. Ella se agachó ante el anciano esperanzada y lo tomó de la mano. El anciano la miró interrogativamente y preguntó:

-Perdone señorita ¿Nos conocemos?

Tarragona, 13 de septiembre de 2007

31 de octubre de 2008

Los sonidos del silencio


¿Has oido alguna vez esa canción tan bella que te susurra la naturaleza? Son los sonidos del silencio, que cadenciosos nos arrullan.

El batir de las olas, el susurrar del viento, el murmullo de las hojas, el aleteo de los insectos... Son sonidos despreciados, desconocidos casi y, sin embargo, son de los más bellos cantos creados jamás. Escucha la vida, camina en silencio, oirás tus pasos quebrar las hojas marchitas de otoño, la caricia del viento entre las ramas, el repiquetear de la lluvia al caer, el mar acariciando la orilla....

Escucha, esos sonidos... son los sonidos del silencio.

fotografía de: ojodigital.net

26 de octubre de 2008

EL LOCO DEL PELO ROJO



En 1889, durante su estancia en un hospital psiquiátrico, Vincent Van Gogh pintó “De sterrennacht”, también conocido como “La noche estrellada”.

La pequeña habitación estaba pobremente iluminada por una bombilla que pendía desnuda del techo. El hombre estaba sentado en un pequeño taburete dándole la espalda a la puerta. Ante él tenía un caballete sobre el que había un pequeño lienzo en el que trazaba finas espirales de color azul, dejando entre una y otra un cuidadoso espacio en blanco. El viento aullaba en las afueras del sanatorio y aquella era su forma de pintarlo.

Sus espléndidos ojos azules únicamente retiraban la mirada del lienzo cuando tenía que levantarse para observar de nuevo el pequeño paisaje que le ofrecía el ventanuco abarrotado que había en la parte superior de la pared que daba al jardín. Necesitaba del taburete para poder mirar a través de los barrotes y aún así apenas llegaba poniéndose de puntillas para observar aquella magnífica noche que estaba empezando a caer. A lo lejos podía ver un pueblo, o quizá una pequeña ciudad, que se cobijaba bajo la sombra de una iglesia que en primer término dibujaba su silueta. Le resultó extraño, pero ni siquiera el campanario estaba iluminado. Al fondo las montañas parecían cerrarle el paso, como queriéndole indicar que aunque quisiera no podría salir de allí.

Bajó con cuidado del taburete, y se atusó su roja barba. Como buen pelirrojo era hombre de piel lechosa e infinidad de diminutas pecas que se extendían por toda su anatomía. Volvió a tomar la paleta y el pincel, cerró los ojos por un instante y se concentró en recordar lo que acababa de ver. Así, poco a poco se empezaron a dibujar en la parte baja del lienzo las primeras casas, en diferentes tonos azules para remarcar los claros de los oscuros, y con pequeños puntos amarillos en aquellas que supuestamente estaban iluminadas.

Volvió a asomarse por la ventana y entonces lo vio. El cielo ya se había oscurecido por completo y las estrellas habían hecho acto de presencia. Se agarró a los barrotes, hizo un esfuerzo con los brazos para poder subir a pulso a la altura de la ventana y así disfrutar mejor de aquella magnífica noche estrellada que tenía ante sí. Su boca abierta y la expresión de sus ojos hubieran delatado a quien pudiese haberlo visto que aquel hombre estaba extasiado mirando las estrellas, tal cual si hubiese tenido una aparición mariana.

Se quedó allí hasta que empezó a sentir calambres en los brazos y tuvo que dejarse caer. Se sentó en el camastro que había apoyado en una de las paredes. Allí se restregó los bíceps con las manos mientras seguía pensando en que la fortuna lo había acompañado justo aquella tarde. De nuevo se puso ante el caballete y empezó a pintar grandes manchas amarillas con el óleo que representasen las estrellas. Se paró por un momento a observar su obra y consideró que podía estar satisfecho de lo que había hecho.

Poco hay que se pueda pintar cuando estás encerrado en una institución mental y más si, como era el caso, se está aislado del resto. El confinamiento lo estaba volviendo aún más loco. No ver a nadie más que en momentos puntuales del día y estar en un habitáculo de poco más que dos por dos era demasiado incluso para alguien como él. En los primeros días se conformó con hacer bocetos en las servilletas de papel de la comida, hasta que en una de las inspecciones un celador encontró aquel montón de papeles y se los llevó. Se había quedado destrozado, no sabía qué tipo de medidas iban a tomar los médicos al respecto. De memoria se había dibujado a sí mismo en un par de ocasiones, en otra servilleta podía verse un campo de girasoles.

Le sorprendió cuando al día siguiente, junto al médico, llegó un celador cargando con un caballete, una paleta, un juego de pinceles, colores y una serie de pequeños lienzos en blanco. Tuvo una larga conversación al respecto con el médico y ambos llegaron a la conclusión de que no le haría mal alguno el poder dar rienda suelta a sus pasiones artísticas.

Sin embargo, una vez tuvo en su poder todo lo que le facilitaba su creación artística se vio incapaz de darle rienda suelta. Sentía la necesidad de poder salir al aire libre y pintar la naturaleza tal cual se le presentaba, necesitaba sentir el aire golpeándole en la cara, sentía la necesidad de ir bajo un manzano, arrancar una fruta roja, morderla y pintarla allí mismo, sobre la hierba. Pero sabía que aquello todavía no era posible. Sabía también que si acababa aquel lienzo que estaba pintando tendría que esconderlo para que nadie lo viese.

Desde hacía algún tiempo ya, no recordaba cuanto, vivía una vida robada. Había empezado a frecuentar galerías de arte en las que exponían obras de Vincent Van Gogh. Así fue como empezó a interesarse por la vida y obra del artista. Empezó a llenar su casa con todo libro habido y por haber sobre Van Gogh así como con reproducciones de gran calidad de sus cuadros. Se dejó crecer la barba igual que el artista y en un arrebato, para parecerse todavía más a él, había intentado cortarse la oreja. Pero no llegó a conseguirlo, le fallaron las fuerzas. Allí lo encontró su esposa, frente al espejo del lavabo con la navaja tras el lóbulo de la oreja y ésta sangrando. Aquella fue la noche en que lo internaron.

No... si quería que creyesen que estaba curandose, no podría mostrarle a nadie jamás aquella noche estrellada.

Tarragona, 17 de marzo de 2008

9 de octubre de 2008

Celtic Woman




Celtic Woman, con los ojos cerrados y sentada en lo alto de un acantilado, en ese lugar que durante tanto tiempo fue "el final de la tierra" en esa costa tan vuestra y que tantas historias ha recogido con el paso de los siglos. Tienes la cabeza alzada hacia el sol poniente que baña con su luz anaranjada tu rostro de pálida tez mientras el viento, apenas una brisa marina, juega a enredarse en tu ondulada melena color de miel.

Celtic Woman, abres los ojos y delante de ti se extiende ese mar al que tanto le debéis y piensas en toda esa gente que, por uno u otro motivo, se adentraron en sus aguas para no volver. Desde aquellos primeros guerreros celtas que se despidieron de sus familias para emprender la última batalla contra el enemigo -posiblemente algún navío que, proveniente del inhóspito norte azotara sus poblados- hasta aquellos que, sobretodo durante los dos últimos siglos, se vieron forzados por las circunstancias, o por un sueño, a cruzar el océano hacia otros lugares en busca de una fortuna que en la mayoría de los casos ni llegaron a oler. También piensas en todas aquellas gentes que han salido para ganarse el sustento de los suyos cada día con sus barcas, o simplemente pendiendo de unas cuerdas en busca de percebes y que le han dado el macabro nombre de Costa Da morte a una parte de vuestro litoral.

Planeando sobre las olas espumosas una gaviota hace alarde presumida del arte de volar. De vez en cuando cae en picado sobre el agua para, momentos después, cuando ya tiene la presa en su pico, volver a elevarse elegantemente. Si escuchas con atención podrás oír un canto embrujador que reconocerás al instante, el de las últimas sirenas, que situadas entre tu tierra e Irlanda aún intentan echarle el lazo a algún marinero despistado. Si fijas con atención la vista sobre el horizonte, poniendo tu mano sobre tu frente para que no te deslumbren los últimos rayos de sol, quizá puedas vislumbrar una columna de agua que aparentemente se eleve de la nada. Son las ancianas ballenas que hacen su ancestral camino hacia las aguas más frías del norte. Más en la orilla dos delfines te alegran la vista saltando juguetones sobre el agua.

Celtic Woman, aspiras hondo y puedes oler ese aroma tan característico del lugar, mezcla del fuerte olor a salitre del mar y las más variadas esencias de la montaña. Recoges con una mano un ramillete de lavanda y con la otra, de forma inconsciente, un puñado de tierra. Te levantas y aprietas esa mano fuertemente pensando en lo que le ha costado a tu gente decir -"Esta es mi tierra".

Celtic Woman, de un pueblo de gente sencilla y pobre materialmente, pero muy ricas en folclore y tradiciones, gente capaz de dar el último mendrugo de pan a un desconocido sin preguntarle ni de donde viene, gente curtida en el mar y en la montaña, gente a la que u8nos cuantos se encargaron de enseñar a infra valorarse para servirse de su esfuerzo, gente a la que le enseñaron incluso a avergonzarse de una lengua, la tuya, a la que defiendes con capa y espada.

Celtic Woman, descendiente de Breogán. Por tu sangre se mezclan el ardor del guerrero y la sabiduría del roble, de la que eres heredera. Celtic Woman, misteriosa como la niebla que se posa en algunos de vuestros lugares. Celtic Woman, con ese toque mágico que las mujeres de tu tierra tenéis, porque "haberlas haylas". Celtic Woman endurecida a base del sufrimiento de un pueblo constantemente castigado y condenado a una diáspora involuntaria, al exilio de miles de corazones que se quedaron allí, con sus familias esperando el regreso.

Celtic Woman, la noche ha ha caído y emprendes el descenso hacia la aldea bajo ese Campus Stelae que se ha descubierto sobre tu cabeza. Una fina lluvia empieza a caer y hace que te sientas viva. A medida que te acercas al poblado te vas sintiendo abrigada por el sonido de una gaita que desde el interior de su hogar hace sonar algún guerrero de los de antaño, celebrando su regreso del campo de la batalla.

Mientras avanzas, en el interior del frondoso bosque, te parece ver diversas luces en procesión, algo que posiblemente hubiese podido llamar la atención de algún curioso pero que a ti te produce un escalofrío y tratas con respeto. Un respeto imbuido por las supersticiones y por el hecho de que tú, verdaderamente, eres una Celtic Woman.

2 de octubre de 2008

En peligro de extinción

El otoño ha empezado a ganar terreno. Las temperaturas ya no son tan cálidas como hace unos días y eso hace que en la calle haya tanto gente con manga larga como con manga corta.


En la plaza del mercado aún pueden verse turistas ingleses de orondas panzas y rojas pieles quemadas por el sol intentando regatear con los gitanos del mercadillo, que ya han subido el precio de sus mercancías anteriormente para seguir sacando ganancias a pesar del regateo.

Las mujeres van arriba y abajo con sus carros llenos de compras y comentan sus vidas cotidianas y también las ajenas. Sin embargo no son ni los ingleses ni estas señoras las que hoy me interesan.

El peculiar sonido de su chiflo ha hecho que me girara hacia un punto impreciso del mercado. Un lugar donde se aglutinaba un buen montón de curiosos que no me dejaban ver. De nuevo ha sonado el chiflo, seguido esta vez del grito cuyo acento me ha confirmado que son como las meigas: Gallegos y a pesar del tiempo, haberlos haylos "EL AFILADOOOOOOOOR".

La curiosidad me ha podido. Me he dirigido hacia el grupo de curiosos y me he sumado a ellos. Allí estaba el hombre, escuálido y sucio, con un mugriento delantal. Los cabellos blancos, los ojos claros y unos dientes escasos y amarillos en su boca.

Como no podía ser de otra manera, junto a él había una bicicleta de paseo tan sucia, vieja y desvencijada como él mismo. En la parte trasera, en una especie de remolque, tenía la piedra redonda que hacía girar accionando un pedal. Allí era donde él trabajaba, para deleite de todos los que allí estábamos reunidos, con un cuchillo que no sé si era suyo o de alguien que le había encargado afilarlo. Allí el hombre forjaba los músculos del cuerpo al apretar la hoja del cuchillo contra la mola. Allí el hombre parecía estar en comunión con su ancestral trabajo y olvidarse de los que lo rodeabamos.


El sonido del metal contra la piedra me produce dentera. Siempre me la ha producido, pero el hechizo del afilador ha podido más que la dentera y, porqué no decirlo, mi trabajo, que he dejado descuidado por unos instantes.

El móvil me ha sacado de mi ensimismamiento. Me estaban esperando y llegaba tarde. Lástima, he pensado, que las nuevas tecnologías puedan con las artes tan antiguas. Qué queréis que os diga, me ha gustado ver a alguien que pertenece a una especie en peligro de extinción.


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