15 de mayo de 2014



Hace 15 segundos
Que se murió el poeta
Y hace quince siglos
Que notamos su ausencia
“La tonada inasible” Silvio Rodriguez
 A Leopoldo María Panero.
Leopoldo mira el mar.
La espuma rompe contra el arrecife. El poeta, sentado en el mirador de una cafetería, debajo de un toldo rojo deslucido por el sol, la observa mientras exhala volutas de humo. En una mano, sobre la que reposa su cabeza, un cigarro cuya ceniza cae, descuidada, al suelo; con la otra mano remueve un vaso helado de Coca Cola, haciendo tintinear los cubitos contra el vidrio. El hielo se deshace allí donde las yemas de sus dedos aprietan el vaso. Frente a él, en la mesa, el viento pasa las hojas de un libro: “Las flores del mal” de Charles Baudelaire.
El fragor de las olas parece ir parejo al ruido de su mente. A veces le gustaría poder parar esa máquina de pensar que se acelera y lo lleva de su infancia a un poema, quizá suyo, quizá ya escrito, quizá que nunca, ya, escriba: -“Belleza y fango”- escucha dentro de su cabeza -“belleza y fango, compañero, eso lo modela todo.”- Hace rodar el vaso helado sobre su sien. La sabe una idea peregrina, pero quizá con suficiente frío consiga helar su mente, callarla, dilatar el tiempo, alargarlo.
Cierra los ojos y, con la mano que sujeta el cigarro, se da un golpe en la sien, como quien golpea algún tipo de mecanismo que falla para ver si así funciona. Al volver a abrirlos comprueba que el cigarro se ha consumido. Desde que le comunicaron que apenas le quedaba un mes  decidió que gastaría los días que le quedaban entre volutas de humo y tragos helados de cafeína. Ni él mismo tiene muy claro si en un intento de acelerar el proceso o como burla grotesca hacia su propia vida que se escabulle por momentos.
-“Maldito”- le susurra ahora su mente mientras una gran sonrisa surca su rostro. –“Eres un poeta maldito.”- Siempre le ha agradado ese epígrafe e incluso ha hecho todo lo posible por alimentarlo. ¿Qué pensaría su familia, tan ilustre, tan perfecta, si lo hubieran visto vendiendo sus libros por el paseo? Se ríe a sonoras carcajadas pensando en ellos. Las olas, en blanco y negro, vienen y van ante sus ojos. Blanco y negro, claro, al final todo se reduce a las tonalidades del desencanto.(1)
1) “El desencanto” Chavarri, Jaime. Documental sobre la familia Panero.
Coca cola fría. Quien le hubiera dicho a él de joven, cuando los días y las noches se diluían en todo tipo de substancias, que acabaría encontrando uno de los mayores placeres en beber una simple coca cola, siempre en vaso helado, bien fría. Al pasar por su garganta, el refresco enfría la sangre que le sube a la cabeza produciéndole una fugaz migraña. Eso lo estimula, le recuerda que aún está vivo.
Suelta el vaso y vuelve a cerrar los ojos disfrutando del viento que acaricia sus arrugas. Le da una profunda calada al cigarrillo y golpea la mesa con un dedo haciéndola sonar acompasadamente. Por un instante consigue centrarse y le entra el miedo. Claro que tiene miedo, cualquier persona que sepa sus días contados lo tendría.
Se puede observar el movimiento de su nuez de Adán mientras, con el rostro alzado hacia el sol, traga saliva. Por un instante quiere que su cabeza vuelva a ser ruidosa, abandonarse al estruendo de su mente para poder huir de la certeza de la muerte. De nuevo unas palabras suyas, que sigue sin saber si ha escrito o todavía no ha esculpido en la roca que es la hoja de papel, le atruenan en la cabeza: -“Estoy aquí condenado a la vida eterna, a la vejez sin llanto”- No le hace sentir especialmente bien el hecho de pensar en esa vida más allá de la muerte; la vida de su obra cuando él no esté. Desde luego, no le gusta la idea de tener que morir. Piensa en la muerte, o quizá en el nacimiento, puede que todo sea un gran uno y se cierre en círculo que lo oprime.
De nuevo su mente pasa de una cosa a otra en apenas segundos: Qué gran suerte haber cambiado la humedad y el frío del norte por la bondad del clima canario y de sus gentes. Considera que fue una de las decisiones más acertadas de su vida. Parecen lejanos y confusos sus días en Madrid y Euskadi, quien sabe, quizá no sean más que otra de tantas manipulaciones de su cerebro y en realidad nunca haya estado más allá de la isla. Aquella casa, su padre fascista por la gracia de dios, su madre omnipresente y sus hermanos, tan locos o más que él mismo, su juventud en las cárceles, el paso por diversos sanatorios. ¿Podría tratarse realmente de un engaño de su mente?
El viento lleva la ceniza del cigarro hasta su pecho descubierto, plagado de frondoso pelo oscuro. Abre los ojos, se limpia la ceniza distraído y se abrocha el botón del medio de la camisa. De vuelta a la realidad su mirada vuelve a perderse entre las olas que se rompen en el arrecife mientras piensa una vez más, cansado, en la perennidad de las cosas. Se siente cansado y encuentra cierto alivio en el paisaje, observando esas olas grises que rompen contra las rocas. Leopoldo mira el mar.
Tarragona, 9 de marzo de 2014
A Rosa Mari y a Alfonso.

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