9 de enero de 2009

El afilador

Y así fue como el afilador, satisfecho con su trabajo, miró a su alrededor y comprendió que había llegado el momento de dejar aquel lugar para buscarse la vida en otro distinto.

Una vez más hizo sonar el chiflo y tomó su bici paseando invisible entre las mujeres cargadas con la compra y los ejecutivos con corbata y maletín que iban presurosos de un lado al otro. Se detuvo un momento y le dio un par de monedas a un acordeonista que deleitaba a los viandantes con el playback en acordeón de algunas canciones muy conocidas.

Al salir de la villa siguió el viejo sendero que lo había de llevar hacia la montaña, se adentró entre la niebla y se perdió entre ella igual de rápido que por allí había aparecido.

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